Cuando alguien se entera de a qué me dedico, siempre me dicen lo mismo: ¡¡¡oh, qué bonito!!!
Y sí, debo decir que tengo un trabajo precioso y que me siento privilegiada por estar presente en uno de los días más alegres de la vida de muchas personas.
Pero cómo cualquier otro trabajo este tiene cosas positivas y negativas. Todos creen que se trata de un trabajo idílico y perfecto, en el que yo estoy siempre divina. Pero nada más lejos de la realidad.
La pareja te elige, vuelca toda su confianza, sus ilusiones y sus dudas en ti. Durante muchos meses trabajo mano a mano para su fecha y lo más bonito es el vínculo que se crea. Debo decir que es algo extraordinario que me encanta, porque esto hace que no me conforme con cualquier cosa.
A partir de ese momento el día de la boda, se convierte en mi responsabilidad, en mi ilusión. Cada detalle que busco, que ideo, que elijo es porque es el perfecto para ellos, y si no es así, sigo buscando hasta dar con lo que imaginé la primera vez que los vi.
No soy fácil de conformar, y esto los que me conocen, bien lo saben.
Desde la primera reunión, mi cabeza se pone modo “ON”: subdivide parejas, gustos, personalidades y fechas.
La mente está activa y preparada para detectar cualquier detalle, cosa que me encanta, pero hace que muchas veces me encuentre sumergida en mi mundo creativo. Y es que es todo un placer llegar a la oficina y que las horas vuelen, pero a menudo me pongo alarmas para que me indiquen de debo dejar de trabajar.
Por supuesto no voy a contaros cuál es la parte menos agradable de mi labor.
No hay nada perfecto, por mucho que lo parezca, aunque esa es su magia (todo queda entre bambalinas), pero os daré una pista muy indicativa: siempre voy con zapatillas, siempre. Ellas me hacen estar preparada para todo en cualquier momento. Porque este mundo está hecho para personas dedicadas, dispuestas, apasionadas, perfeccionistas, inconformistas y muy exigentes.
Es colocármelas y saber que me espera un día sin reloj, de pura adrenalina, de coordinación, concentración y mucha predisposición, porque lo importante es que todo esté a tiempo y perfecto para mi pareja.
Tras muchos años de bodas debo reconocer que sigo llorando cuando comienza la ceremonia y esa sí que es una sensación indescriptible. No es mi boda, pero sí es una de mis parejas la que se casa.
El trabajo de todo un año se comprime en ese momento.
Sonrío y lloro, lloro y sonrío. Es el momento más satisfactorio que he sentido en toda mi vida laboral, el momento en el que todo mi cariño, pasión e ilusión ha quedado plasmada para ellos en el lugar que han elegido.
Ese día sí dormiré. No hay nada mejor que dormir tranquila, el resto lo saben mis zapatos.